Una vez,
el padre de una familia acaudalada llevó a su hijo de viaje por el campo con el firme propósito de que viera cuán pobres eran
las personas que ahí vivían; que comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.
Por espacio de un día y una noche, estuvieron
en la granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir su estancia, y de regreso a casa, el padre le preguntó a su
hijo.
-- ¿Qué te pareció el viaje?
-- Muy bonito, papá.
-- ¿Viste qué tan pobre y necesitada puede ser
la gente?
-- Sí.
-- ¿Y qué aprendiste?
-- Que nosotros tenemos un pero en casa, ellos
tienen cuatro; nosotros una alberca de 25 metros, ellos un riachuelo sin fin; nosotros tenemos lámparas importadas en el patio,
ellos las estrellas; nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos tiene todo el horizonte. Papá, especialmente
me fijé en que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá deben trabajar todo el tiempo y casi no
los veo.
Al terminar el relato, el padre se quedó mudo…
y su hijo agregó:
-- ¡Gracias, papá, por ese modo de enseñarme
lo ricos que podríamos ser!