EL NIÑO CON EL PIJAMA DE
RAYAS
¿De qué trata?
Bruno ha vivido en Berlín felizmente, hasta que su padre
es ascendido en
un cargo militar y se le ordena dirigir un campo de concentración judío.
Ignorando la naturaleza de ese lugar, Bruno conoce a Shmuel, un niño de su
edad, con el que compartirá en secreto una peligrosa pero interesante amistad.
Chiro comenta
Este es el tipo de películas que pocas veces se aprecia
por el público
en general. ¿La razón? Es cine de arte.
Y por ser cine de
arte tiene una historia que contar. Hasta hoy hemos visto en el cine diversas
historias, desde diferentes puntos de vista, acerca del horror al que se
enfrentaron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial y el aniquilamiento
antisemita que promovieron los alemanes. Visiones crueles y frías como la de
Polansky en El pianista, o una idea
esperanzadora como la de Spielberg en La
lista de Schindler.
Pero hasta ahora,
no había surgido un punto de vista inocente e ignorante de la maldad y las
intenciones asesinas de un grupo de hombres que creían construir una nueva
nación. Basada en el libro del irlandés John Boyne, el filme nos muestra un
punto de vista menos crudo y frío, en donde lo terrible del genocidio pasa a
segundo plano, como un trasfondo, conocido a plenitud por un niño que sufre la
pérdida de su familia y tiene que padecer su vida diaria dentro de ese campo de
concentración, e ignorado por otro cuya vida transcurre en la incertidumbre,
pero con la comodidad y seguridad que brinda estar con la familia sin importar
que se esté colapsando.
La película ahonda
en temas universales, cuestiones que continúan vigentes en nuestros días, y aún
en nuestras vidas. La moralidad es cuestionada desde el seno familiar: ¿es
correcto acabar con vidas humanas para construir un “mundo nuevo”? ¿Es posible
educar mientras se denigra a otros? ¿Por qué los seres humanos somos
cuestionados por nuestras diferencias y despreciados por ellas?
La película no es
una lección, sino la narración de una historia con un final sospechado, en el
que los últimos 15 minutos son intensos y cosechan las sensaciones que en la
primera parte se siembran en el espectador. Un niño judío, y un niño alemán.
Separados por una alambrada, pero unidos por una amistad que supera toda prueba.